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Un vocablo que merece respeto

Aunque hay varios sustantivos para identificar la labor educativa, son dos los más comunes y frecuentes: Profesor y Maestro, utilizados como sinónimos. No obstante recuerdo una digresión del gran Antenor Orrego que merece ser atendida, admitiendo que los conceptos han evolucionado. Señalaba Orrego que, mientras el Profesor enseñaba para que el alumno pueda repetir una lección, el Maestro enseñaba para que el discípulo pueda construir su vida.

La labor docente tendrá siempre suma importancia junto al previo e insustituible rol del hogar y también “lo que enseña” la sociedad. Todo ello podría ser mayor en estos tiempos, tanto por el fenómeno inusitado de la pandemia que ha modificado los cánones pedagógicos, cuanto por la revolución tecnocientífica que no cesa y que, por el contrario, para algunos se va convirtiendo más en una amenaza por su potencialidad deshumanizadora.

Después de dos años de dura prueba y a propósito del inicio de clases, hoy más que nunca necesitamos Maestros en el concepto orreguiano, especialmente porque vivimos una época de cambios constantes. Necesitamos su mejor desempeño para iniciar un año educacional distinto, una experiencia inédita sobre la que mucho se habla y se especula pero obviamente no se conoce.

Los factores que deben ayudarnos este año son la necesaria eficiencia del Minedu, el mejor compromiso de los educadores y la colaboración de los padres de familia. Sin embargo, como una cruel paradoja, resulta imposible ocultar el descrédito a que se asocia el nombre de Profesor por el deplorable rendimiento de los docentes que ocupan altas responsabilidades políticas en el país. Una verdadera lástima.