Han pasado 143 años del glorioso sacrificio de Francisco Bolognesi en Arica, Perú, al frente de un grupo de soldados que en número eran casi triplicados por el enemigo y abandonado a su suerte por las intrigas políticas que no son recientes en la vida nacional.
La literatura peruana tuvo en Francisco Bolognesi y Miguel Grau las figuras paradigmáticas del cumplimiento del deber, hasta el sacrificio, por amor a la patria. Valiosas biografías, encendidos poemas, cuidadosos estudios y no pocas piezas teatrales divulgan el mérito existencial de estos prohombres.
La admiración que estas epopeyas han suscitado en muchas generaciones –apelando al recuerdo escolar- podía provenir tanto de una buena lectura, una elocuente explicación de los profesores o la sentida declamación de un poema. Estoy seguro que somos muchos los que hemos vibrado con “El Gólgota de Arica” de Federico Barreto, hermoso soneto donde el morro ariqueño y el viejo coronel se fusionan en el acto heroico de la defensa. El morro tanto es un fiero león que ruge frente al mar como es un puño granítico que amenaza al cielo, al mismo tiempo que es para el guerrero lo que fue el Calvario para Jesús. El hermoso símil con que se cierra el poema es de antología: “Y ambos son inmortales por su suerte: / el Cristo, que era Dios, murió como hombre; / ¡el hombre, como un dios, marchó a la muerte!”
Entre las actividades artísticas una de antigua estirpe es la declamación, hermana menor del arte teatral. Se equivocan los teóricos que han disminuido el valor que tienen estas experiencias, tanto para quienes recitan como para sus oyentes, porque son parte de una formación integral.
