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Nos bastaba con ser inteligentes

Para los que tenemos más de siete décadas, que dimos el inmenso salto tecnológico de las inmensas radios “de tubos” a la televisión en blanco y negro, seguida de la delicia de verla a colores, ya fue bastante ver cómo el aparato televisivo gigantesco era simplificado por casi una lámina rectangular, aunque sea de 65 pulgadas. Y que de las máquinas de escribir manuales “Remington” u “Olivetti” pasáramos a las eléctricas que pronto fueron sustituidas por las primeras computadoras, apenas habían pasado dos décadas. Luego llegó internet y así entramos a la revolución tecno científica de inmensa cobertura, capaz de transformar la base económica y social en el universo. Ha sido éste el eje para el fenómeno de la globalización así como también probable –si no segura- generadora de las nuevas relaciones de dependencia en el universo.

La más avanzada tecnología industrial tiene una obvia ambivalencia: ha elevado la producción a niveles gigantescos al mismo tiempo que ha logrado la prescindencia o la reducción de la mano de obra humana, con todas sus implicancias. Pero la voluntad humana se ha impuesto la tarea de crear máquinas programadas para cumplir tareas de forma automática, sin necesidad de supervisión alguna. Estamos en la era de la Inteligencia Artificial (IA); no es un asunto de ciencia-ficción sino algo tan real como polémico: máquinas capaces de hacer lo mismo que un ser humano, o más que él. Lo que logre hacer la Inteligencia Artificial parece no tener límites y por ello cuenta tanto con defensores como detractores.

Y pensar que a nosotros nos bastaba con que nos dijeran que éramos inteligentes… y naturales.