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La indignación existe

En todo momento, aunque de manera especial en tiempos de crisis, suele cobrar importancia un concepto: los Valores. En general se reconoce como Valores a las virtudes que poseen las personas y que posibilitan una grata convivencia colectiva. Naturalmente se manifiestan en el accionar de los individuos, en su conducta, en lo que hacen y no en lo que dicen o piensan.

Son varios y están clasificados de muy diversas maneras, de modo tal que es mejor no establecer algún tipo de jerarquías. Simplemente por ser los citados con mayor frecuencia se deben mencionar la probidad, el respeto, la verdad, la justicia, la tolerancia, la gratitud, el amor, la lealtad, la solidaridad y la libertad.

La periódica renovación política lleva implícita la ilusión, la expectativa o la esperanza de un cambio que elimine o cuanto menos reduzca aquello que nos hace daño. Si -como está ocurriendo en nuestro país- ese anhelo no sólo no se cumple sino que exhibe mayores y groseras reiteraciones de inmoralidad y desvergüenza, es decir, una mayor ignorancia de los valores, entonces surge la capacidad de indignación.

Tengamos muy en cuenta que cuando las faltas y los delitos se borran con otros peores se puede producir un síndrome terrible: el acostumbramiento. Así ocurre cuando una colectividad se encoge de hombros pues siente que ya no hay remedio, que siempre ha sido así o que los periodos deben cumplirse nomás. Pero cuando empiezan a generarse mensajes denunciadores que se mezclan con una voz interior que grita ¡basta!, la indignación puede convertirse en un valor indispensable. Ello indica que esa sociedad tiene posibilidades de enmienda y de salvación.