Las experiencias que estamos viviendo –especialmente en los últimos veinte años- deberán ser una lección para el futuro. En el desarrollo de estos sucesos se está jugando la afirmación del Perú como país o su inviabilidad y debacle fatal.
Se escucha con frecuencia señalar que todo lo que nos ocurre es por “culpa de los políticos”. En buena medida es verdad, pero porque no entendemos que la Política es inherente al ser humano que vive en sociedad; por tanto, preocuparse por ella no es una opción sino un deber de todos. No hay escapatoria posible.
Si tenemos malos políticos es porque, como colectividad, nos hemos desentendido de la tarea de valorar su importancia. Nos preocupa –y con mucha razón- tener buenos médicos, ingenieros, educadores, y etc. Pero la “cosa pública”, que es aquello que tenemos en común, necesita a quienes se hagan cargo de dirigirla; y ellos debieran ser los mejores. Sin embargo, los altos riesgos que se corren al incursionar en ése tan difícil desempeño, aleja a los más aptos. Desde la sensación de que la política es sucia –ya que es propicia a las calumnias e intrigas que “embarran” aún al más limpio- y que es además fuente de todo tipo de tentaciones, lo más aconsejable es alejarse de ella.
Aún si existieran milagros sociales, costará mucho que los más aptos se arriesguen a “hacer política” (que no es sólo participar en las elecciones) y que los electores tengamos la lucidez de identificarlos. Mientras ello ocurra, escuchemos a Arnold Toynbee: “El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan”. Aunque sean las peores, habría que agregar.
