Peru
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La falacia republicana

Por mucho tiempo me he definido republicano, y podría definirme republicano aún hoy, toda vez que todo o casi todo lo que propone el republicanismo me gusta. Desde Platón, Aristóteles, Locke, los americanos y franceses del XVIII. Quién podría negarse al principio de la igualdad y a las instituciones que rigen en el mundo, máxime porque, cómo civilización, hemos sido tan poco imaginativos que no hemos inventado nada más.

Por mucho tiempo, la breve introducción de Hugo Neira a su ¿Qué es república? breve y sustancial a la vez, me sirvió de vademécum ¡nos olvidamos de preguntarnos qué es república! ¡nos conformamos con imitar a los americanos y franceses! ¡nos dio flojera pensar que república queríamos ser!

Tras su estadía de cuatro meses por la Rusia Soviética en 1924, Haya de la Torre se convenció de que había que hacer la revolución en el Perú primero y en el resto de América Latina después, sobre bases teóricas marxistas. Pero al mismo tiempo se convenció de que dicha teoría debía adecuarse a la realidad latinoamericana. Visto así, Haya se pasó la vida persiguiendo al cambio, comprendió que, tras la Segunda Guerra Mundial se abría otro mundo y que había que adaptar la lucha a las nuevas realidades que se abrían paso, sin previo aviso, por tiempos y espacios diversos.

Sí creo que un proyecto político es un continuum, que una realidad, en un lapso de tiempo dado, lo es. Pero continuum no supone una continuidad predecible y desprovista de rupturas. Continuum es sencillamente una base temporal en la que suceden las cosas. Quiero decir que la historia pudo ser otra, pero no lo fue. Si en 1822 nos hacíamos la pregunta de Neira quizá hoy seríamos otro país; si, como decía Pedro Planas, Leguía no le daba el tiro de gracia a la República Aristocrática y la dejaba convertirse en República Democrática, la historia hubiese sido otra, o si al Haya joven y a su pléyade que alumbraba modernidad los dejaban llegar al poder, o si Fujimori no liquidaba la partidocracia ochentera, a pesar de todos sus defectos, etc.

Pero resulta que el Perú devino lo que es hoy probablemente por fuerzas histórico-sociales más poderosas aún que los muy discutibles esfuerzos estatales y políticos por encauzar este proyecto republicano hacia un cierto destino y el resultado es el que es. Me apena ser tajante en este punto: aquí no hay una república y de nada sirve hablar de Platón, Aristóteles, Locke, Hamilton o Rousseau. En curiosa y cruel coincidencia con José Carlos Chocano, habría que instaurar una autocracia de décadas que cree las condiciones para una república, sobre todo las sociales pues las políticas, en sus endebles instituciones están allí, solo que no funcionan. Pero instaurar una autocracia para establecer una república es un oxímoron: la autocracia, tal su naturaleza, se fortalecerá, acumulará poder e intentará permanecer a cómo de lugar, nunca renunciará, motu proprio, al poder adquirido.

Desde los cincuenta el Perú migró de la sierra a la costa, desde los setenta, con Velasco, se acabó el latifundio y pensamos ilusamente que se acabó la oligarquía. Eso sí, el Perú migró más todavía. Velasco ha sido el único que se dio cuenta de que no somos una república, por eso intentó otra cosa, pero fracasó y su fracaso desembocó en el Perú contemporáneo, el de Matos Mar, hoy, 40 años después.

La élite política limeña debe sacarse las vendas de los ojos de una vez, principalmente el centro político, o quienes pretendemos construirlo, me incluyo, sin duda. El Perú, tras de Velasco hasta la fecha, se ha organizado a espaldas del republicanismo, ha desarrollado otros códigos de comunicación. A las normas republicanas y sus valores se les superpone absolutamente todo, lo que equivale a su inexistencia, salvo por el ademán de votar cada 5 años y cada 4 años.

Pero pensar, como señaló Neira, en construir la república desde nuestra propia realidad, al día de hoy, es una ecuación dolorosísima a fuer de realista, por eso la evitamos y, los que más, se limitan al populismo patrimonial. Es decir, a administrar lo que hay con parches, obras dispersas, mucha coima y harta corrupción. ¿Qué sistema podríamos crear partiendo de la realidad si nuestra realidad es una sociedad que hace quinientos años se relaciona con el Estado a través de la corrupción? Ya no importa si a la clase política la mató Fujimori, o si se disolvió dentro de su propia incapacidad.

¿Qué estamos dispuestos a hacer? ¿Qué batallas estamos dispuestos a librar si lo que enfrentamos no es una realidad en la que hay corrupción, sino un escenario en el que la realidad es la corrupción, acompañada de decenas de otros malos hábitos arraigados por siglos en la sociedad? Y la clase política que había, zozobrante tabla de salvación, yace en el fondo de nuestros sueños republicanos. En el Perú, primero es la revolución -y no me refiero a la marxista sino a la moral- y después es la república, ténganlo presente aquellos que todavía sueñan con sus togas y sus grandes oradores.