Toda guerra trae problemas, más aún cuando la producción, el comercio y las finanzas están interconectadas y las noticias vuelan, algo propio del mundo globalizado en que vivimos.
La guerra de Ucrania no es una excepción y ya sentimos con claridad sus efectos en los precios de la gasolina y el gas, así como en los del trigo, el maíz, el aceite comestible y otros alimentos.
Se siente también el efecto de la guerra de Ucrania en el alza de los precios de las tarifas de transporte marítimo, aéreo y terrestre, tanto de pasajeros como de carga.
Como Ucrania es productora y exportadora de minerales estratégicos para la producción de productos propios de la tecnología moderna, la guerra de Ucrania se siente en el alza de los precios de los teléfonos inalámbricos, las turbinas de avión y la línea de computadoras y tabletas, entre otros productos.
Más aún, la guerra de Ucrania está trayendo abajo el precio de los stocks empresariales de las principales bolsas de valores del mundo y contribuyendo al alza de las tasas de interés, que no es otra cosa que el precio del dinero.
Así, en momentos que los países occidentales comenzaban a reactivar sus economías, venida a menos por la grave recesión que trajo consigo la pandemia desde comienzos de 2021, la guerra de Ucrania se convierte en una pesada ancla que poco a poco convierte el bajo crecimiento en un estancamiento productivo, mal económico que se agrega al alza de los precios, con lo que estamos frente a la alta posibilidad de ingresar a un período de estanflación.
Pero eso no es todo, si las cosas se complican, podríamos ingresar a una gran recesión y crisis financiera. Que es peor que una estanflación, ya que reduce de manera sustantiva la producción, el empleo y los salarios, además de quebrar un número significativo de empresas productivas, comerciales y financieras.
Por cierto, a Ucrania y Rusia les va peor, porque son actores de la guerra. Ucrania pierde más que Rusia, por tener menor poderío militar y contar con una economía más chica que la de Rusia.
